Namasté

En esta parte de Europa no hace falta asumir que vas a tomar un café con alguien en el mismo lugar de siempre, encontrar un chai es casi un milagro y las banderas nacionales empiezan a proliferar en el mismo mes que en Bhubaneswar se izaban las de India cuando celebraban su independencia. Hace días que me planteaba escribir una entrada más, pero cambié de opinión.

Este blog nació con la idea de explicar mis andanzas en India, los viajes que hice desde allí y los que el destino nos deparase más tarde. Sin embargo, algunos meses tras mi vuelta, me he dado cuenta de que India abarca demasiado y que ningún país que lo sucediese sería capaz de ofrecer una continuación mínimamente coherente a los posts anteriores.  Busqué una transición adecuada, intenté inventar alguna historia, justificar el cambio, pero no lo encontré. India es el opuesto imposible de todo: ni más fea, ni más bonita, ni más dura, ni más frágil, ni más difícil, ni más fácil, ni más interesante, ni más aburrida. Es todo y nada.

Hoy, cuando escribo estas líneas, la echo de menos por primera vez. Y no sólo echo de menos sus realidades, echo de menos las imágenes que me creaba de ella antes de llegar y con las que volvía en avión otra vez más después de estar semanas fuera.

Esta añoranza no se daría sin la redacción de este blog. A lo largo de estos posts he reído muchísimo, he entendido muchas cosas, me han molestado inmensamente otras y he ido confeccionando poco a poco el recuerdo de dos años que espero que pueda materializarse pronto. También me ha servido de avanzadilla para más tarde, en persona, relataros las experiencias que sé que a muchos aún os cuesta creer. También sé que lo habéis recomendado, han salido entrevistas y alguna que otra foto en algún medio. Gracias a todos. Especialmente a todos los que habéis comentado, a los que me habéis pedido opinión para vuestros viajes y a todos los seguidores de países que ni me hubiera imaginado y de los que no puedo poner cara, pero gracias. Ha sido brutal.

Permitidme un consejo como despedida. Recordad que saludar al sol no solo es un ejercicio de yoga, es dar las gracias a que cada día pueda ser una aventura, para abrazar un mundo que es infinitamente más grande de lo que podemos imaginarnos y lleno de gente maravillosa que puedes encontrarte por el camino.

Un abrazo muy fuerte y… ¡Namasté!

«A decent arrangement» de Sarovar Banka

El pasado noviembre mi tiempo de ocio en Bhuban-is-war dio un vuelco de 180 grados con la entrada de Netflix en India. El acceso a series y películas hasta ahora era muy limitado por todo lo que os he ido explicando en otras entradas. A día de hoy, puedo afirmar que, aunque su catálogo no es tan variado como en otros países, no lo están haciendo nada mal.

Es por todos sabido que, el mercado audiovisual indio es fascinante. Y no me refiero únicamente a las cifras astronómicas que maneja en taquilla y a todas las actividades de promoción exagerada que se derivan de cada uno de sus estrenos. El cine en India es un auténtico fenómeno social digno de análisis.

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Imagen de CNN Entertainment. Podéis ver el reportaje fotográfico entero en este enlace

Aproximadamente, el 90% de las producciones indias copan las salas de cine con estrenos que por un lado, se mantienen casi un mes en cartelera y que incluso llegan a ocupar la mitad de las salas en un multicines. A primera vista puede parecer muy poco, pero imaginad que esto sucediera con el cine español. ¿De qué se hablaría en los agradecimientos en los Goya?  Semanalmente se dan estrenos protagonizados por celebrities bollywoodienses que casi todo el mundo conoce aquí. Por supuesto, no me refiero únicamente a sus carreras cinematográficas. Tomemos el ejemplo de Kareena Kapoor, hindú e hija de Randhir Kapoor y en portadas de periódicos y revistas desde hace meses por contraer matrimonio con un musulmán, Saif Ali Khan. El nombre de su primer hijo en común también copó todas las publicaciones ya que todos los fans estaban expectantes por saber si sería un nombre hindú o musulmán.

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Kareena y Saif

 

Que los tiempos en India están cambiando poco a poco se debe en gran parte a las historias que el cine muestra desde Bollywood y desde otra perspectiva interesantísima, desde las producciones independientes.

Antes de Netflix, para una extranjerita como servidora, ver una película de Bollywood suponía:

  1. Invertir tres horas de película de media de duración más los quince minutos de intervalo obligado en el cine para tomar chai, comprar samosa o palomitas masala. Aquí también podemos añadir la media hora del trayecto hasta la sala en cuestión si el tráfico te lo permite. Si vives en Hyderabad o Calcuta, inviertes medio día.
  2. Hacer un esfuerzo mental a la hora de asumir que aquí, una película de buena calidad para un indio corriente, es aquella que mezcla todos los géneros posibles: romance, thriller, drama, comedia… En el hipotético caso que una de estas producciones se haya dejado por el camino algún género, su ratio de calidad local empieza a bajar a gran velocidad.
  3. En Orissa no existen los subtítulos en inglés, salvo alguna rara excepción.

Así que, teniendo en cuenta estas tres variables, una cinéfila como yo aprovecha para confesar que únicamente, he visto tres películas indias en mi pueblo. Dos de ellas eran producciones de Bollywood. la primera porque el protagonista era Aditya Roy Kapoor, que es mi homólogo indio particular a Michael Fassbender. La tercera en cuestión fue «La estación de las mujeres» de la que ya os hablé en una entrada y que también se estrenó en las pantallas españolas.

(Querid@s, si ahora mismo estáis pensando que os seguís quedando con Michael Fassbender, es que no habéis visto a Aditya cinco minutos seguidos en una película semidesnudo y partiendo márbol para hacer una escultura de su enamorada).

Prosigamos. Cuando Netflix llegó con su catálogo que incluía la categoría Bollywood y sus correspondientes subtítulos en inglés vi el cielo abierto. Sin embargo, esa relación con esta categoría fue bastante breve porque la plataforma de streaming también incluía películas independientas indias, en ocasiones coproducidas con otros países y que tratan de manera excepcional las tradiciones y las problemáticas cotidianas de la  sociedad india.

Sin embargo, hay un punto en el que ambas tipologías confluyen y que hace de este fenómeno algo muy interesante: los matrimonios concertados en las nueva generaciones. Cuando lees las sinopsis de los títulos, uno puede caer en el terrible error de tachar a guionistas y a direcctores de falta de imaginación. Esta es una tentación muy grave ya que el tema tiene muchas aristas y puede ser tratado desde muchas y diferentes perspectivas.

Una de ellas es el caso de «A decent arrangement», película de Sarovar Banka y que incluye en su reparto a Shabana Azmi, actriz que formó parte en los años setenta del movimiento «Parallel Indian cinema» originado, como no, en la región de Calcuta, West Bengal como alternativa a las superproducciones de Bollywood. Tuve la ocasión de verla de la mejor manera posible. Krishna vino a visitarme uno de los días que estuve enferma para traerme un brebaje muy extraño hecho de raíz de «dios qué sabe qué» y que servía para contrarrestar el efecto nocivo  de todas las medicinas que estaba tomando para mi contractura. Mi amiga, que es una de las asistentes semanales a cada estreno en cines, se mostraba un tanto reticente. No quería aburrirse y además, en ocasiones se siente innecesariamente insegura con el inglés y la película estaba rodada en ese idioma íntegramente. Le atrajo la presencia de una de sus actrices favoritas pero por encima de todo el tema, hecho completamente comprensible teniendo en cuenta que tiene una hija en edad de merecer.

Lo interesante de «A decent arrangement» y por lo que merece la atención del público extranjero es porque la película no gira en torno a una chica, un chico, una historia de amor o unos padres superficialmente inflexibles. El tema central de la película es la crisis que supone la ruptura con las tradiciones familiares dentro de una de las civilizaciones más antiguas del mundo. Este hecho se ve afectado más aún en estos tiempos en los que, en casos afortunados como los que trata la película, estos jóvenes han tenido la oportunidad de salir fuera de India y experimentar otras alternativas.

La mirada del director y el tratamiento del guión y los personajes son excepcionales porque, en todo momento, están libres de prejuicios. En este caso y con una idea original tan sencilla, esta postura resulta un regalo para el espectador que, aunque nunca se haya planteado la posibilidad de que el amor sea una construcción sociocultural, puede llegar a entender y a respectar que ,en algunos lugares del mundo sea simple y llanamente eso, un acuerdo entre familias para mantener las tradiciones y la identidad nacional.

Libros «Bookless in Baghdad» de Shashi Tharoor

Cuando vives en India es muy normal escuchar el nombre de Shashi Tharoor cuando sse habla sobre escritores del país. El mismo nombre sale a la palestra si estás hablando sobre política. Y es que Sashi Tharoor es un personaje que está en prácticamente todos los medios por su actividad incansable en el mundo del periodismo y la literatura y por ser una de las pocas personas críticas que se dan en un lugar donde, por un millón de motivos, no es fácil serlo.

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Portada del libro editado por Penguin

Tharoor, nacido en Kerala, fue ministro para el desarrollo de los recursos humanos cuando gobernaba Congress, el partido en la oposición al BJP, actual partido que, encabezado por Narendra Modi, ha orquestado esa masacre llamada «demonetisation» y de la que nadie parecerse hacerse eco fuera de India. Pero hoy vamos a hablar del Shashi Tharoor escritor. Voy a aprovechar este post para lanzar una reflexión sobre la que tendré que indagar un poco más. La poca experiencia que me da este año y media en India (sí, es poca tratándose de tu país tan enorme y tan diverso) me ha hecho darme cuenta de lo interesante que es la gente de Kerala y las ganas que tengo de visitar la zona. Puedo intuir que su tradición mercantil ha hecho de Kerala un lugar que ha acogido diversas culturas y religiones y eso es por todos sabidos (o debería), que enriquece a un territorio y por ende, a su gente.

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Imagen de un texto ilustrado del Mahabharata

«The great Indian novel» es el libro más famoso de Tharoor, su primera novela y su gran reto. Sobre esto último habla en el libro que os presento hoy,  donde en uno de sus capítulos realiza una interesante reflexión sobre la dificultad de enfrentarse a una segunda novela después del éxito arrasador de la primera. ¿Por qué os hablo de «The great Indian novel» como aperitivo para «Bookless in Baghdad»? Muy sencillo. Porque es una historia actual y crítica con el sistema basada en uno de los grandes textos épicos indios, el Mahabharata, cuya traducción del sánscrito viene a ser algo como: el gran poema del pueblo indio. En el capítulo dedicado a la inspiración para la revisión del Mahabharata, Tharoor hace referencia a Octavio Paz, a Graham Greene y a Rudiyard Kipling, entre otros. A Paz lo menciona para establecer un paralelismo mejicano sobre la conciencia de los pueblos donde existen multiplicidad de etnias, colectivos y costumbres. Únicamente leyendo la primera parte del libro (Inspiración) el autor ya se nos revela como un tipo culto, consciente de la dificultad que entraña entender al pueblo indio y mucho más, divulgarlo a todos aquellos que no lo han visitado nunca y tengan interés en saber algo más sobre él.

En el siguiente video Tharoor, con motivo de la presentación en Estados Unidos de uno de sus bestsellers, habla sobre el multiculturalismo indio:

Es por todo esto por lo que recomiendo la lectura de «Bookless in Baghdad» para empezar con Shashi Tharoor. Su experiencia como columnista le otorga un estilo fresco apto para todos los públicos. Además, tal y como puede esperarse del hombre que ha adaptado el Mahabharata (el texto épico nacional más largo de la historia) es capaz de estructurar el libro de manera que hace que no pierdas el interés. Como ya he dicho, el texto lo encabeza Inspiration, donde explica la extensa presencia de libros en los hogares indios de los años sesenta, setenta y ochenta. Además del capítulo que ya os he comentado, también encontramos un divertido artículo que narra las críticas que le llovieron cuando después de «The great Indian novel», quiso adentrarse en el mundo de Bollywood con «Show business», texto incomprendido pero detrás del que se esconde una divertida sátira social.

En la segunda parte, Reconsiderations, explica la influencia y las conexiones de autores como Wodehouse, Narayan o Pushkin en la narrativa india y en su propia obra. En la tercera se adentra en los circuitos del sector editorial y en sus viajes como escritor. Para no explicar mucho más, solo os diré que, en un capítulo de la cuarta parte, se narra la estancia del autor y su mujer en Huesca siguiendo los pasos de George Orwell.

A Shashi Tharoor no he tenido el placer de conocerle o posiblemente no lo tendré nunca, pero sí he conocido a otros keralitas, como a mi vecina Renu o a Sunny, un compañero de trabajo del socio con el que, preciamente, escasos días antes de empezar a leer «Bookless in Bagdhad», estuvimos hablando como el Mahabharata o el Ranayana, el otro gran poema épico nacional. Será cuestión de empezar a buscar algún vuelo.

Films «Interrogation» (Visaranai)

Este año se ha vuelto a descartar la película propuesta por India para la carrera de los Oscar en la categoría de mejor película de habla no inglesa. A pesar de haber sido propuestas varias veces nunca ha llegado a llevarse el premio. Cabe decir que, para los que vivimos aquí, Netflix ha sido un vendaval de aire fresco, sobre todo para poder ver películas indias que no se proyectan en salas de cine como esta que se ha quedado a las puertas y de la que os hablaré hoy.

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No es Bollywood todo lo que reluce

Me gustaría destacar esto puesto que resulta extremadamente difícil llegar a este cine si no vives en Delhi, Bombay o Calcuta y si lo haces, si está dispuesto a tragarte una hora y media de transporte aproximadamente hacia el cine en cuestión donde la proyecten. Como ya os he comentado en otras ocasiones la tele india no suele programar este tipo de cine y es una pena porque explica grandes realidades escondidas para el público occidental. Acercan a la realidad india y rompen con los tópicos y prejuicios absurdos que nos confunden a la hora de concebir el país y su gente. Ya hablé en su momento de «La estación de las mujeres», que fue estrenada en España y que aquí, como un milagro, pudimos verla en las salas comerciales, lo que es lo mismo, en las únicas de Bhuban-is-war.

«Visaranai» es su nombre original en tamil, que quiere decir interrogatorio. Presentada en el Festival de Venecia del año pasado, la película narra la historia real de cuatro chicos que fueron detenidos como cabeza de turco en una comisaría de Andrah Pradesh. Este es un estado limítrofe con Tamil Nadu, estado muy pobre cuya gran parte de su población se ve obligada a emigrar allí para poder ganar calidad de vida.

La película es muy recomendable a nivel técnico y de guión. Recrea la atmósfera asfixiante de la brutalidad policial y ha sido premiada por asociaciones en favor de la defensa de los derechos humanos.

LA BODA. Parte 2. ¿Y ahora qué?

Cuando llegamos a la primera sala de la recepción de la boda, radiante (y rosa) nos esperaba Pinky en un escenario que tenía un sillón donde ella podía ir esperando a todos los invitados. Dos fotógrafos inmortalizaron el siguiente y Pinky me adelantó por primera vez lo cansada que estaba. Le pregunté si podía tocar su vestido. Pesaba solo la falda como el traje de la reina del carnaval de Las Palmas. Nos invitaron a continuar hacia el jardín. Allí había un buffet donde podías comer snacks típicos indios con la típica barrera entre vegetarianos y no vegetarianos. También había dos o tres meses donde algunas miembros del Ladies Club ya estaban preparadas para ir saludando al personal, entre ellas Purnima, Tripaswani y Neeru Aunty. Neeru… ¿sabéis cuándo de pequeño había una persona de vuestro barrio o familia que os daba mucho miedo? Pues esa es Neeru Aunty en la urbanización. Para los niños y para los jardineros resulta absolutamente pesadillesca. Neeru es la encargada de los jardines y la zona infantil, así que reparte broncas por igual. Por un lado a los jardineros para que mantengan como es debido las flores aunque sean las doce del mediodía, 45 grados a la sombra. Por otra a los niños, a los cuales no les permite jugar con la pelota porque destrozan los setos. Pelota que ve, pelota que va para su casa. Existe alguna leyenda urbana en la residencia sobre una habitación donde las guarda todas. Neeru también fue la causante del cisma que se dio el pasado octubre en el Ladies Club pero es una asunto que debo aún contrastar con mis fuentes y demasiado doloroso como para ser tratado de una forma frívola.

Además de las mesas con comida y bebida, aquí una imagen del paan
Además de las mesas con comida y bebida, aquí una imagen del paan

Allí estuvimos un rato charlando con todos los que venían a hacernos la retahíla de preguntas “Indian meets foreigner”:

  1. ¿Qué estáis haciendo aquí?
  2. ¿Os gusta la comida? ¿Es muy picante?
  3. ¿Dónde vivís?
  4. ¿Habéis visitado el templo del sol de Konark? ¿Y Puri?
  5. ¿Cuándo venís a tomar el te a casa?

Y así estuvimos hasta que pasamos a otro salón donde también había otro buffet de platos principales. Ya me habían comentado en alguna ocasión que en las bodas se comía lo mismo que en otras ocasiones así que, aunque todo estaba bastante bueno, yo no paraba de pensar en una conversación que había tenido con Pinky el día anterior.

MARIA: ¿Estás nerviosa?

PINKY: No, solo contenta

MARIA: Mañana verás a mucha gente que no conoces. ¿Cuánta gente viene por parte del novio de Bangalore?

PINKY: No muchos, 80 más o menos

MARIA: Vaya, son muchos. ¿Y por tu parte?

PINKY: 520 aproximadamente

 Yo no veía ahí a 520 personas ni por asomo. Entonces empezaron a llegar más amigos de la urbanización. Me pareció curioso que algunos acudieran al evento sin sus maridos o algunos sin sus mujeres.

Al mismo tiempo, otro de los frentes de curiosidad abiertos con los que lidiaba era ratificar que, realmente, no se servía alcohol. ¿Ni un triste vaso de cerveza? ¿Ni siquiera una copa de ese zumo de uvas indio que aquí le llaman vino? NADA. La bebida se limitaba a un batido de almendras típico para las ocasiones y a un Masala Soda, que consiste es mezclar Sprite, naranjada o Thumbs-Up (Coca Cola india) con polvos picantes. Seguimos con el agua.

Las sobrinas de Pinky que fueron las que mejor se lo pasaron gracias a la barra libre de helado
Las sobrinas de Pinky que fueron las que mejor se lo pasaron gracias a la barra libre de helado

Iba entrando cada vez más gente pero no daba la impresión de que el local estuviese lleno hasta los topes. A todo esto, yo iba avistando a Pinky que seguía haciéndose fotos con los que llegaban y sentándose en un su banquito de princesa. Cuando llegaron las diez y media, la madre de Pinky vino a decirnos únicamente al socio y a mí, que ya llegaba el novio. Sacamos los móviles raudos y veloces y fuimos para allá. Entre otras cosas porque nos dijeron que el sobre con el regalo se daba al principio de la boda y nosotros llevábamos ya casi tres horas allí. Abandoné a Naresh que seguía comiendo helados como si no hubiera un mañana y fuimos al hall principal. Esta fue la imagen:

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Me gustaría haber tomado otra foto del resto de la sala pero no dábamos crédito a lo que veían nuestros ojos. Allí ni el Tato apareció para recibir al novio. La gente seguía en los dos salones comiendo y charlando. Ni siquiera Pinky se mostró demasiado emocionada. Es más, los novios ni se saludaron. Al Papun, el novio, le llevaron junto con el señor que oficiaba la ceremonia y allí se quedó. Pobres de nosotros, fuimos corriendo a avisar a la gente que ya entraba el novio, ¡que ya viene! ¡que ya viene! Pues bien. En los salones de la comida y la bebida ya no quedaba prácticamente ninguno de nuestros amigos y conocidos. Empezamos a buscar y no encontrábamos a nadie. De repente, como caída del cielo, mitad americana, mitad india, Trapaswani me agarró del brazo y me dijo.

  • María, hace mucho tiempo la gente se quedaba a ver el ritual entero. Era muy importante. Ahora los indios solo vienen a comer y se va.
  • ¿Y tú qué vas a hacer? Para nosotros esto es un poco raro.
  • Mi conductor me está esperando. Bye Honey!
La primera plegaria de tres (de dos horas cada una)
La primera plegaria de tres (de dos horas cada una)

Se lo explicó al socio y se empeñó en negar la evidencia. Fuimos a hablar con Pinky y nos volvió a decir lo cansadísima que estaba, que quería irse a dormir pero que le esperaban tres ritos: primero dos horas con el novio, luego dos horas con ella y luego dos horas los dos juntos. En un atisbo de esperanza, el socio tuvo una iluminación:

  • Marie, vamos fuera, seguro que han contratado una discoteca móvil
  • Uy sí, vayamos, seguro que están ahí dándolo todo a ritmo de Salman Khan

Corrimos esperanzados mientras sujetaba mi sari. Tampoco. Fuera únicamente había una concentración de chóferes haciendo la digestión y el ruido ensordecedor de Nandankanan Road.

 A todo esto, una presencia se iba moviendo a nuestro alrededor. Era Naresh diciendo: “Come, come, gari, gari (coche en oriya)”. Yo creo que el muchacho aún se está partiendo la caja con sus colegas explicándole cómo los guiris no sabían qué estaban haciendo allí aún, vestidos de tres mil botones y viendo cómo, poco a poco, el número de invitados iba decreciendo.

Y así nos quedamos, compuestos, sin amigos y viendo a Pinky más aburrida que una ostra, whatsapeando con sus amigas y haciéndose selfis con el móvil.

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Decidimos que ya que habíamos seguido todas las tradiciones, ¿por qué no irnos? No había visto al socio más contento desde que España ganó el Mundial. Llegamos a casa a las 22.30, ducha, pijama y a dormir que mañana será otro día.

Aprovecharé para confesaros que esta semana he vuelto a ver “La boda del monzón”, “Bodas y prejuicios” (versión janeausteniana india) y algún tráiler más. No sé si sabéis que aquí existe lo que le llaman la “Wedding Season”. Los novios se casan en función de la posición de la luna y únicamente durante dos meses más o menos. Pero por encima de todo lo que puedas leer, está lo que te explica clara y llanamente la gente de aquí. El pasado sábado me confirmaron que todo eso de las bodas indias, como muchas cosas más aquí, no son otras cosas que mitos que nacen del imaginario occidental. Y sí, sí que hay un lugar donde se celebran las bodas tal y como desde nuestras casas nos imaginamos. Son las bodas del Punjab. He aquí un ejemplo y tomo nota para la próxima temporada de bodorrios:

LA BODA. Parte 1. Pinky weds Papun

Un día después de la Mangalakrutya o la despedida de soltera de Pinky, llegó el gran día en el que Pinky y Papun se unían en matrimonio. El mismo día en que me invitó a su boda y me pidió que me quedara a ver los ritos indios de la boda, me explicó que al casarse con Papun tenía que mudarse a Bangalore, la ciudad donde su marido y su nueva familia vivía. No os explico nada que no sepáis cuando diferencio entre los love marriage y los arranged marriages. Los primeros, como podéis imaginar, son los matrimonios por amor y los segundos son los que acuerdan entre las familias para que los hijos se casen de con alguien de la misma casta y con posibles. Si me preguntáis, de acuerdo a mi experiencia, no sabría deciros cuales abundan más que otros. Como extranjera, me resulta igual de sorprendente que una chica aparentemente moderna como Pinky tenga un matrimonio de conveniencia que la boda por amor de Krishna viniendo de una zona rural como es su ciudad de origen.

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Lo que sí os puedo garantizar es que preparar un matrimonio es como preparar un buen curry: es muy timetaking. Lo que menos tiempo requiere es invitar a los amigos, concretamente pasaron tres semanas desde que Pinky me invitó a su boda hasta el evento en sí. Los padres de los novios tienen que buscar las familias adecuadas y luego dejarse persuadir (sobre todo la familia de él como ya se verá claramente cuando os explique algunas partes del rito).

De entre toda la filmografía india que estoy viendo, el amor y el matrimonio (no necesariamente van de la mano) es un lugar común. Podría enumeraros decenas de películas y eso teniendo en cuenta que únicamente me limito a las más actuales. Por si estáis interesados, os recomiendo «Meet the Patels» . En este falso documental, el humorista Ravi Patel narra las peripecias de su familia india afincada en Estados Unidos para encontrarle una mujer ideal. Yo la vi en Netflix India y no sé si estará en España. Si no, pronto estará en otras plataformas.

El día anterior, Pinky me había vuelto a sugerir en su fiesta que por favor, asistiese a los ritos. Yo le dije que por supuesto. No me imaginaba llegando a una boda de mi país de origen saltándome la ceremonia y esperando a los invitados al lado del cortador de jamón. Sé que en algunas ocasiones, es el sueño dorado de muchos invitados pero raramente se da. (Por favor, si conocéis algún caso, no dejéis de compartirlo comentando este post o por mail privado). No entendía su insistencia pero sí su felicidad cuando le confirmaba que ahí estaríamos. Solo hacía falta recordar lo mucho que se alegró cuando fuimos abanderados como la «best dressed couple» en la fiesta del Diwali del 2015, ese día en el que todos fuimos fans de Pinky Panda.

Estos ritos iban a durar hasta muy tarde. La recepción de invitados empezaba a las 19.30 y hasta las 22.30 no empezaba la ceremonia religiosa. Esas semanas me dediqué a informarme sobre qué debía ponerme, el regalo, qué se hacía en esas horas intermedias, etc… Sobre la ropa me recomendaron un fancy sari (que es un sari de fiesta) y que el socio no hacía falta que llevara ropa hindustan. Lo del regalo es algo curioso también. En India el regalo va en función del grado de relación que tienes con los novios: vecinos, amigos, mejores amigos, familia lejana, familia cercana, cuñados, etc… De acuerdo a tu posición, puedes regalar desde 1001 rupias (14 euros aproximadamente) por pareja hasta lingotes de oro. Así tal cual. ¿Qué os sorprende más? Yo no daba crédito y el socio tampoco así que subimos de 1001 a 4001. ¡Ah! Que lo que os sorprende más es la 1. Es superstición. En India nunca se regala algo que tenga una cifra que no acabe en 1. Así que en el sobrecito en el que le dibujé unos corazoncitos a Pinky y unos consejos para su vida en común pegamos una rupia con celo en su exterior.

DATO A TENER EN CUENTA: Sobre las horas intermedias entre la recepción y la ceremonia, nadie, a excepción de mis alumnos del centro que me dijeron que se bailaba sin parar, nadie se atrevió a confirmarme qué pasaba en ese rato.

Listos para ir hacia nuestra primera boda india
Listos para ir hacia nuestra primera boda india

Fuimos con nuestro coche y Naresh, el conductor, parecía más contento de lo habitual. A mí Naresh me cae de coña. Es muy pequeñito físicamente y muy timidín con todo el mundo excepto conmigo. Siempre me está enseñando fotos de su familia y tiene mucha guasa el muchacho. A diferencia de Santosh, el conductor de Krishna, que es todo un fluir de conversación en oriya, con él no me entiendo tanto, pero nos reímos mucho. Cuando llegamos al evento le dijimos, como siempre, el tiempo que íbamos a tardar. Él dijo «yes yes, Sir, yes, yes Madame» y seguía contentísimo. Cuando entramos en la boda vi que él nos seguía y no entendimos del todo de qué iba esta persecución hasta que nos dimos cuenta que, en las bodas, a diferencia de infinidad de otros ritos y celebraciones, los conductores, el servicio, canguros y demás, también están invitados. Yo estaba encantadísima de la vida porque sabía que iba a tener mucha risa con Naresh, pero no dejó de sorprendernos. A Naresh, como a mí, también le gusta mucho el helado. Nos pusimos finos.

Cuando llegamos nos recibió el Sr. Panda, un hombre parco en palabras a pesar de conocer al socio en profundidad. Cuando digo «en profundidad» no lo digo retóricamente. El Sr. Panda es otorrinolaringólogo. Un día que el socio había pillado una de sus infecciones de oído por su gran afición a ir a la piscina una vez al lustro, necesitábamos un doctor. Y aquí, como os podréis imaginar, no funciona eso de ir a un hospital y a un especialista directamente. Preguntas a la gente que conoces, alguien te recomienda un familiar de una amigo o sucedáneo, vas a tomar el te a su casa a conocerlos y luego, en su casa, te visita ese doctor. Así fue como conocimos al Sr. Panda, en su casa y con Pinky en pijama.

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Con la recepción del Sr Panda y la primera imagen de Pinky vestida de novia os dejo. Para el desenlace inesperado de la boda tendréis que esperar…

CONTINUARÁ

Despedida de soltera

Como algunos de vosotros ya os enterasteis por la cuenta de Instagram del blog, el jueves pasado me estrenaba en mi primera despedida de soltera india. Cuando la novia, Pinky Panda, vino a casa para invitarme a su boda, me propuso asistir a esta reunión de mujeres que se celebra el día de antes. Según rezaba la invitación, dicha fiesta se llamaba Mangalakrutya.

Pinky toda contenta con su modelito para la despedida de soltera
Pinky toda contenta con su modelito para la despedida de soltera

Aquí, como te explican lo que quieren y dan por sentado que en el resto del mundo las cosas funcionan igual, hay que hacer un poco de investigación previa antes de aventurarte a dar tu “sí, quiero”. Cuando Pinky y su madre, la Sra. Panda, vinieron a entregarme el sobre con la invitación, yo estaba tan excitada por el evento que me entregué por completo a la felicidad de mi amiga Pinky y le juré que ahí estaría para compartir con ella el gran día. Nótese que vinieron a una hora tan temprana que yo estaba en pijama, sin duchar y con mis melenas habituales de recién levantada. El caso es que sustituí mi trabajo de investigación por abrazos a mi amiga y por preguntarle por su novio, que qué hacía, dónde vivía, si era guapo…

(Llegados a este punto me gustaría aclarar que, cualquiera que me conozca sabe que el lema que rige mi existencia es: “dormir es de losers”. Pues estos indios, convierten mi poca afición por el sueño en un juego de niños. Jamás había conocido a tantísima gente que tuviera por costumbre levantarse a las cuatro y media de la mañana para preparar lentejas habiéndose acostado pasadas las once. Bueno, realmente a nadie. Aunque ahora que lo pienso sí, yo tenía un amigo que cuando no dormía gustaba de prepararse un entrecot al roquefort).

Como ya os he comentado en otras ocasiones, calificar algo de “indio” no te da mucha información en muchas ocasiones (o nada) y generalizar para  identificar lo que es indio y lo que no, puede llevarte a caer en errores terribles y en situaciones muy embarazosas. Si en cuestión de 20 kilómetros de diferencia, la lengua local cambia, imaginaos lo que pasa con las tradiciones populares. Busqué MANGALAKRUTYA en Google y el primer resultado me informó que hay un nuevo jugador del Valencia que se llama Mangala, lo cual me sirvió para marcarme «un tanto del amor» cuando se lo dije al socio al llegar a casa. Pero de lo que es el rito, no encontré absolutamente nada.

El nuevo jugador del Valencia en la presentación del Mestalla. Hay dos, no sé cuál será
El nuevo jugador del Valencia en la presentación del Mestalla. Hay dos, no sé cuál será

Por lo visto, este tipo de reunión de mujeres el día previo a la boda es propio de la tradición orissi pero guarda algunos rasgos en común con los ritos similares en otras zonas de la India. La fiesta estaba anunciada a las 18.30. Volviendo a los lemas de vida, ya sabéis que otro de mis favoritos es: “Muerte a los impuntuales”. Este mantra que comparto con mi adorado pueblo británico no dejó huella cuando, después de años y años establecidos aquí, los elegantes Sirs y las encantadoras Ladies guardaron sus trajes y sus porcelanas en la maleta y volvieron a su lluvioso archipiélago europeo. Yo no he visto gente más impuntual en mi puñetera vida. Y claro, si eres una persona normal a la que no se le abre la úlcera del estómago cuando llega tarde dos minutos tarde, puedes acostumbrarte rápidamente a su modus vivendi. Pero a mí es algo que me supera. La reunión era en el hall de la residencia, es decir, bajando los nueve pisos del ascensor  de mi bloque a mano derecha. Haciendo un esfuerzo sobrehumano empecé a vestirme a las 18.15, me preparé un te y me tomé un omeoprazol (esto es algo bastante habitual si sabes que va a haber comida india de por medio) y haciendo alarde de mi gran capacidad de integración en mi país de acogida, bajé a las 18.40, diez minutos tarde. Fui a tope. De las más de cincuenta ladies invitadas, estaba la Sra. Panda, dos abuelas y los chicos del catering. Me fui a dar una vuelta por la residencia y a procrastinar un rato en Instagram.

Los chicos del catering y una niña media hora después de la hora a la que estábamos citados
Los chicos del catering y una niña media hora después de la hora a la que estábamos citados

Finalmente, a las 19.15 aproximadamente, atisbé a Pinky y me decidí a ir para allí. Afortunadamente me encontré a Radhika y a Purnima sentadas en la puerta de entrada al salón del hall. Me gustaría detenerme en otro punto que explicaré más adelante. Os lo adelanto por encima: en cualquier “lista de consejos” que se precie para el expatriado en India notaréis que hay dos advertencias destacadas. En India se habla sin paños calientes sobre dos temas: el dinero y el físico. En esta ocasión las tres ladies hablaban de una clínica estética que han abierto en Raj Path, una calle importante cercana a la residencia. Recé para que cambiaran del hindi al inglés para poder enterarme de algo, pero aquí cuando están excitados, se meten la elegancia que según ellos da el inglés en el bolsillo y cambian al hindi o a la lengua local, dependiendo del grado de enfado y/o entusiasmo. Así que me quedé sin enterarme de si querían hacerse algún arreglito.

Cuando entramos en la sala, una nueva amiga vino a mi encuentro. No os hablaré mucho de ella porque bien merece un Retratos. Se trata de Tripaswani. Es una señora elegantísima que debe pasar de los sesenta años. La conocí hace unos meses cuando me asaltó en una reunión del Ladies Club para decirme, con su impostadísimo acento americano, que ella era medio india pero medio americana. Su hijo mayor vive en San Francisco y pasa allí medio año. A esa aclaración le siguió una pregunta que, siempre que me ve, a mí, al socio o a los dos juntos nos lanza:

  • ¿Realmente os gusta esto? No me refiero a la residencia. Me refiero a…. esto… Bhubaneswar.

Lo hace clavándote la mirada más allá del nervio óptico buscando tu complicidad para que le contestes eso que jamás dirás. Ahí empieza la conversación mental:

  • Hija mía, ¿cómo me va a gustar esto? Yo no sé cómo será San Francisco más allá del puente que se ve en la entrada de “Padres forzosos” o de Woody Allen paseando en “Sueños de un seductor”. Pero vengo de Barcelona, ¿sabes?

Cuando ya nos hemos transmitido este mensaje con la mirada a veces el socio interviene y dice esa frase comodín que tanto le gusta:

  • Me gusta más Bhubaneswar que Delhi. Esto está menos contaminado.

Ella me mira y soltamos una carcajada porque, con nuestro poder mental, lo hemos imaginado en una playa de la Costa Brava, disfrutando del silencio y de un baño relajante.

Pues Tripaswani actuó de mentora explicándome de qué iba a ir la fiesta. Por supuesto, refiriéndose a los indios en tercera persona. Primero comías unos snacks con la novia, hablabas un rato con las otras ladies y en un momento dado, el hermano de la novia (el primo, cuñado o lo que sea masculino en su defecto) partía en loor de multitudes en coche a casa del novio con una bandeja de plata a pedir la aceptación final del futuro marido para casarse con Pinky. Yo estaba MUY interesada en presenciar este momento para grabarlo y compartirlo con vosotros, pero sucedió algo que tendrá su secuela en la próxima entrada.

En lo que a matrimonios se refiere, a los indios, presenciar los ritos, les da bastante igual.

Así que me enteré de que algo pasaba porque oí unos gritos y los sonidos de las caracolas y de los tambores mientras se metían el coche. Sintiéndolo mucho, únicamente conseguí hacerles una foto a la madre y a la aunty de Pinky una vez ya habían despedido al coche.

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Mi amiga Tripaswani, que no comió absolutamente nada porque a ella la comida india no le gusta, me dijo que también era tradicional que, en esta fiesta, te hicieran el Mehndi en las manos. Se trata de los dibujos con henna que seguramente ya conoceréis. Pinky había contratado a dos chicos especialistas en el dibujo de Mehndi para todas y Tripaswani me advirtió que fuera rápido, “que los indios tienen mucha tendencia a colarse”. Le hice caso y fui porque es así tal cual. Deberían enviar a autobuses de yayas a la India en lugar de a Benidorm para hacer unos talleres de maestría en colarse “de verdad”, de mano de los expertos a nivel mundial. Aludiendo a su occidentalización y al conservadurismo propio “de los indios”, me explicó que el Mehndi también se lo hace la novia el día de la novia desde los pies hasta las ingles. El juego consiste en que el marido, la noche de bodas, debe encontrar su nombre tatuado en algún lugar de las piernas de la esposa. Allí me dirigí a esperar mi turno y cuando una amiga del college de Pinky se dispuso a colarse, Tripaswani se acercó y le gritó algo en hindi de lo que solo entendí “foreign lady friend”. No hizo falta nada más. Mi turno llegó sin problemas y me tatuaron la mano.

Pinky y una de sus amigas colonas
Pinky y una de sus amigas colonas

En mi investigación también me habían comentado que habría música y fiesta pero no la hubo, lo cual me causó una tremenda frustración porque yo había practicado un poco en casa el fin de semana anterior mis coreografías que había aprendido en clases de Bollywood. A día de hoy y viendo el percal, no sé qué rendimiento de integración cultural le voy a sacar a aquella inversión, más allá de hacer una pequeña muestra con mis amigos en Barcelona cuando ya hemos pasado de la segunda copa.

Y así acabó la fiesta, sin música ni baile, con mi Mahndi, sin hablar de chicos, con mi agüita fresquita y a dormir un poco más de cinco horas que al día siguiente tenía boda.

CONTINUARÁ

Las 5 cosas que debo hacer en Bhuban-is-war antes de la llegada de Trump al Despacho Oval

Voy a explicaros algo que quizá os deje con la boca abierta, si es que las curiosidades que os voy contando por aquí aún no han minado vuestra capacidad de sorpresa. Ayer, 9 de noviembre, no fui consciente de la catástrofe que se avecinaba con la elección del Señor Naranja (¡Arriba “El Mundo Today!) como presidente de la imbatible USA. Eso de imbatible está por ver hasta su primera visita oficial al subcontinente asiático. Aquí somos más, tenemos más dioses y nos importa tres pitos lo que pase fuera. Y si no te lo crees, intenta cruzar una calle. Eso sí que es jugarse el pellejo, amigos de Wisconsin. En la India estamos muy curtidos en cuanto a peligros cotidianos se refiere.

Imagen de C4learn.com
Imagen de C4learn.com

Yo no fui consciente de la catástrofe porque resulta que, a las ocho de la mañana, cuando me disponía a salir de casa para dar mi clase me di cuenta que tenía muchos whatssups, enlaces en biografía de Facebook y a Krishna como una loca llamando a mi timbre para avisarme de algo que había sucedido de un día para otro. ¿Un terremoto otra vez?. Pues no pero casi. El querido Prime Minister Narendra Modi había decretado la noche anterior que, para ‘asustar y castigar’ a todos aquellos que tuvieran cantidades ingentes de dinero negro en sus casas, a partir de las ocho horas siguiente y hasta el infinito, NADIE podía usar billetes de 500 o de 100 rupias. Eso, en un “cash country” como dice mi amiga australiana, es un completo y absoluto “disaster”. Debías ir al banco a ingresar tus billetes si es que podías. No voy a volver a hacer broma sobre la cantidad de gente que hay en este país. Aquí una cola no es como la de los frikis que van a Plaza Cataluña a comprar el Iphone 7. Y lo mejor de lo mejor: no podías sacar dinero de un cajero en 48 horas. El socio y yo, que siempre vamos con la cartera que parecemos dos niños que se han gastado la paga semanal el domingo por la tarde en el cine y en chuches, os podéis imaginar la gracia que nos hizo. Especialmente a mí. Él ha absorbido el espíritu de la calma y la quietud india y ha decidido que ya se ha enfadado bastante en esta vida. No pasa nada, ya me encargo yo de eso. Somos una pareja muy bien compensada. Él se calma, yo me enfado. Él pide el vino, yo me lo bebo. Si yo hago dieta, él adelgaza y yo no.

El anuncio sorpresa del que os hablaba
El anuncio sorpresa del que os hablaba

Os diré que a mí el Narendra Modi este no me cae nada bien. Ni él ni su partido conservador, ni su chaleco de lino. Pero en India criticar al presidente es algo muy mal visto así que me desahogo por aquí con vosotros. Los amigos indios tienen una extraña afición a la adoración de los líderes y si no lo sabíais, os recomiendo encarecidamente que visitéis la entrada en la que hablé del fenómeno superventas del “Mein Kampf” en India.

Pues bien, durante mi cruzada personal contra la decisión anunciada con menos de doce horas de diferencia del amigo Narendra Modi, yo no estuve del todo pendiente de la que se nos avecina (colegas). Así que hoy, al salir de yoga a las ocho de la mañana y con toda mi paz interior en todo lo alto, he empezado a ser consciente de la magnitud de la tragedia. Sobre todo porque tengo a Katryn y a Víctor, dos de mis amigos más queridos, en Estados Unidos y conociéndolos como los conozco, deben de llevar dos noches o a whiskys o a diazepans.

De ahí he saltado al pensamiento recurrente y que nos durará dos semanas escasas en las redes sociales de: “¿Y si este tipo hace explotar el planeta?”. Y así, de repente, como si de una aparición mariana se tratase, han pasado dos señoras fantásticas con su sari conduciendo su Scooter. Inmediatamente he pensado: “¿Por qué ellas sí y yo no? ¿Acaso estoy perdiéndome cosas en esta vida?”. Siempre he querido llevar una moto en Barcelona pero yo, que soy de talante distraído, trasladaba la decisión a otra vida excusándome con mi amor incondicional por los autobuses metropolitanos. Por un momento me he echado a atrás en mi decisión, ya que he recordado el “pathos” griego que me invadió cuando mis pies apuntaban a la cuarta convocatoria para aprobar el examen teórico del carnet de conducir. Os confesaré que lo que me hizo aprobar fue la siguiente reflexión descartesiana: “Si Jesulín de Ubrique puede, yo también puedo”. Aprobé la teórica a la cuarta, la práctica a la segunda porque en la primera llovía monzónicamente en el Poble Sec. Pero solo Dios sabe lo que sufrí.

Pero vamos a lo que vamos. A eso de Trump liándola parda. Entre señoras en sari en una moto, una vaca cruzando y el vendedor de cocos jóvenes, he pensado que si Donald va a hacernos desintegrarnos en cuestión de meses y he dejado anotada una lista de cosas que hacer en mi próxima vida, ¿por qué no llegar ya con unas prácticas bien fresquitas a mi futura reencarnación?

Así que, en cuanto he llegado a casa, me he hecho un chai y he redactado la lista de cosas que, si el Señor Naranja va a mandar a tomar por saco a la humanidad, yo no me he atrevido a hacer desde que vivo en mi pueblo de la India por miedo a la muerte inminente.

Aquí va mi top 5:

  1. Voy a comer “street food” en Master Canteen. De una vez por todas tengo que usar el cargamento de Omeoprazol que me traje de España. Así que mañana, que tengo salida con Krishna y con Santosh, y a pesar de que ella trate de impedírmelo, voy a comer cualquier cosa que preparen en los puestos de la peor zona de la ciudad donde se reúnen todos los conductores de tuctucs a ponerse las botas.
  2. Voy a decirle a los vecinos que sí, que aceptamos su oferta de prestarnos la moto que sus hijos dejaron aquí cuando se marcharon a Rajastán y a Bangalore a estudiar. Haremos de la calle, los baches y las cacas nuestro campo de batalla. A ver dónde conseguimos dos cascos. ¿Os he dicho alguna vez que aquí esto del casco ‘como que casi que no’?

    Foto de Robert Schmidt en http://vermaasindia.weebly.com/art--politicalsocial-issues.html
    Foto de Robert Schmidt en http://vermaasindia.weebly.com/art–politicalsocial-issues.html
  3. Voy a visitar el zoo de Nandakanan este mismo fin de semana. Ahora ya es invierno (25 grados) y es una actividad que puede llevarse a cabo. Se comenta que hay dos tigres de Bengala blancos. Esto deberé reflexionarlo un poco más porque no soy muy partidaria de los zoos. Pero justamente a este no he ido nunca por otra razón de peso que seguro que comprendéis. Tengo el antecedente de haber visitado el parque de atracciones de Bhuban-is-war y no tuve narices de escribir una entrada para relataros el estado de las instalaciones. Ahí lo dejo. Ñam, ñam, ñam, españoles tikka masala.
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  5. Voy a desafiar a la suerte y voy a echarle una mano a la madre naturaleza. En casa, a partir de hoy mismo, no vamos a comprar más botellas de agua. Vamos a comprar un purificador, que es lo que todo el mundo usa aquí y que nosotros nos hemos negado a adquirir por miedo a los problemitas intestinales. ¡Sí queridos! ¿Quién quiere garrafas de cinco litros si puedes cargar con botellas de uno?
  6. Voy a volver a Udayagiri, que es un famoso templo milenario que todo turista en Bhuban-is-war, si es que ese concepto existe, debe visitar. Por si no lo recordáis, es un templo plagado de monos tamaño niño de seis años, bien grandecitos. Ya que en Bali hice un espectáculo dantesco en el Monkey Forest de Ubud cuando me atacaron los macacos comebananas, voy a superarme a mí misma y voy a acudir allí con un buen cargamento de plátanos y voy a reconciliarme con el mundo de los simios. img_0077

Señor Trump, solo le pido que si al final decide acabar con todos, a nosotros nos deje para el final. Créame que aquí va a tener mucho trabajo dado todas las fobias que ha venido expresando en las apariciones de los últimos meses. No nos falta de nada. Tenemos hasta un tercer género reconocido en muchos estados, algo que pondría los pelos a su amigo el vicepresidente, el exterminador de gays. Pero permítame que le recuerde algo que me dijeron cuando llegué a este curioso país y que es una verdad como el templo de Jagannath de grande: “Indians always win”. Son muchos, armados de tradiciones ancestrales inamovibles y peligrosos.

La estación de las mujeres

Cuando estuve en España este verano se estrenó una película india llamada “La estación de las mujeres”. Es una de esas películas de temática social que muchos, tal y como mi amigo Dídac y yo odiamos, mucha gente las califica de “con mensaje”. ¡Dios nooooo!. “Parched”, que es su título original, narra la historia de tres mujeres de treinta y pocos años que viven en Ujhaas, un pueblo rural de India. Inspirada por las historias de las mujeres que la directora entrevistó, la película trata la mayoría de las discriminaciones a las que se las suele someter en este tipo de entornos: malos tratos, matrimonios concertados, abusos sexuales… En definitiva, un milagro que esto se estrenase en Bhuban-is-war, pero no el único.

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Krishna suele ir bastante al cine sola. De vez en cuando, Sudeshna mira la programación y le compra la entrada por Internet. Así que avisa a su madre por mensaje y le dice que esa tarde a las cinco tiene una entrada para ir a INOX, el gran cine de la ciudad, para ver la película que ella considera que le va a gustar. Cuando volvió a casa, pasó por mi apartamento y me dijo que había visto una película muy moderna, sin música y lo mejor: con subtítulos en inglés. Estaba muy contenta porque si esto de los subtítulos se seguía dando podíamos ir juntas al cine a ver pelis indias. Entonces pronunció esa interrogación retórica que tanto me gusta cuando dice: “How could we know???”. Yo le contesté con la misma pregunta y nos quedamos igual porque parece una gesta imposible enterarse a no ser que vayamos allí directamente cada semana cuando hay un estreno, si la película tiene subtítulos en inglés o no. Eso si no te dicen que sí y en realidad lo que pasa es que la película está rodada en Hinglish, que es una mezcla de Hindi e inglés, que ellos dan por supuesto que una pobre infeliz como yo va a entender.

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No sé si aún la proyectan en alguna sala del país pero os recomiendo que intentéis verla. Seguramente Filmin la estrene en pocas semanas así que si queréis verla en casa, podréis hacerlo sin problemas. No deja de ser divertido ver a tres amigas indias en un pueblo comentando lo amargadas que están porque no echan un polvo ni a la de tres o riéndose porque han descubierto el modo vibración del móvil. ¿Quién quiere hombres ahora? Os dejo el tráiler para ver si os pica la curiosidad:

A la siguiente semana volvimos a las andadas con otro gran clásico de los estrenos de cine en Bhuban-is-war. Cada semana miro religiosamente la programación por si hacen algo en inglés. No importa si es esa bazofia de revisión de “Los siete magníficos”, Blake Lively sorteando tiburones en “The shallows” o alguna que otra bazofia que el socio y yo nos hemos tragado únicamente porque podemos ir al cine y entender lo que vemos. Y esto no lo digo desde la amargura, la verdad es que se está convirtiendo en una tradición bastante divertida. Lamentablemente el fin de semana pasado no pudimos ver nada porque había dos grandes estrenos: la última película de Amitabh Bachan, el gerontoídolo del que ya os hablé en el post dedicado a las Celebrities indias, y la otro Blockbuster más sobre la heroica historia de un jugador de baseball. Cuando eso sucede las cuatro salas únicamente proyectan esas películas. No hay sitio ni para la última de Tim Burton, ni para la última de Disney ni para nada que se le parezca. Nos quedamos en casa enganchados a Netflix, que tampoco es una mala opción teniendo en cuenta que el monzón está pegando sus últimos coletazos.

Meenu sentada en la ventana

En la segunda entrega de los retratos voy a hablaros de Meenu. Os gustará saber que, al igual que en mi madre patria, a eso de las seis o siete de la tarde cuando llega el buen tiempo las terrazas se ponen hasta la bandera, en la residencia pasa algo parecido. Una vez el sol deja de quemarte la piel / el monzón para / la humedad te hace desaparecer cual máquina de Terminator 2, la gente sale al exterior. Si te paras a pensar es bastante curioso porque la actividad favorita de mis vecinos es empezar a dar vueltas sin parar alrededor del edificio como ratoncillos en una jaula. Esto tiene una explicación y es que, como ya he explicado alguna vez, en la mayor parte de India salir a pasear es un concepto inexistente. No hay infraestructura para hacerlo (ni avenidas y casi ni aceras) y si lo haces, es muchísimo peor que un videojuego ya que expones claramente tu integridad al devenir fatal de una muerte muy absurda. Salir a las siete de la tarde es encontrarte a las señoras vestidas con ropa hindustan y bambas Reebok andando a paso ligero con sus maridos. También te encuentras con los corrillos de ladies (Ladies Club) que se excitan mucho cuando te ven y te animan a ir a su casa a tomar chai. Los encargados de servicio que pasean a los perros que apenas pueden respirar por el calor, los adolescentes que van al gimnasio cuando acaban el college y finalmente ves a una niña de unos quince años vestida con saree y muy maquillada. Normalmente va descalza y se sube a los muretes que hay al lado de la construcción del centro comercial que están haciendo delante de la residencia. Su nombre es Meenu.

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El día que la conocí me di cuenta que nuestra relación iba a ser parecida a la de Santosh, el conductor de Krishna. Parecía que nos entendíamos, nos caíamos bien, pero ni ella habla inglés ni yo oriya. Cuando me vio gritó: “Hello Aunty!”, me dio la mano y parecía que quería ser mi amiga. Me indicaba con un mano que ella también vivía en el bloque A y tocaba mis clásicos pendientes de aro mientras decía “beautiful, beautiful”. Le preguntaba por su nombre y no me decía nada hasta que me acordé cómo se preguntaba el nombre en oriya y me dijo que Meenu. Le pregunté si con “i latina” y con “y griega” y a las dos cosas me dijo que sí. Así que busqué en Internet y vi que era “Meenu” la forma correcta de escribirlo.

Resulta duro explicarlo, sobre todo porque ni sé ni sabré por qué, pero Meenu tiene todo el pecho y parte de los brazos marcados. Supongo que por algún accidente, algún incendio o porque algo debió caérsele encima hace tiempo. Creo que está bien explicarlo para que la conozcáis porque, aunque Meenu es muy presumida, a ella no le importa que el kurti o el saree que lleve en cuestión muestre sus marcas. Y la verdad es que, aunque en un principio llamen mucho la atención, cuando hablas con ella no te fijas. Siempre está riéndose, hablándote y enseñándote el peinado que se ha hecho ese día (por cierto, tiene un pelazo que para mí lo quisiera).

De cómo me enteré de qué hacía viviendo en Utkal es otro clásico de la residencia. A Krishna le explicó una amiga que en el sexto piso hay un señor, viudo, con dos hijos, un chico y una chica. La chica tiene detectado un autismo bastante avanzado y está todo el día en casa. Parece ser que el padre contrató a Meenu para que estuviese siete días a la semana, veinticuatro horas al día con su hija y de esa manera, pudiera estar acompañada de alguien de su edad.

Hace unos días volviendo a casa a eso de las ocho me encontré con Meenu en el recibidor del edificio y me llevó de la mano corriendo al ascensor para llevarme al sexto piso. No nos dirigimos hacia la puerta del apartamento. Me llevó a la habitación del servicio que alguna gente de la residencia utiliza. Se trata de unos cuartos de pocas dimensiones que yo prefiero pensar que muchos de nosotros, como Krishna o como yo, utilizamos como trastero. Allí pude ver que Meenu tenía sus cosas hechas un cristo como era de esperar. Localizó rápidamente un catálogo de cosméticos y me enseñó dos tratamientos blanqueantes para la piel que ya tenía señalados. Se trataba de la foto de dos modelos con pinta de suecas, bastante blanqueadas y al lado podía leerse la descripción del tratamiento. Posiblemente Meenu no reparó en leer el texto pero para lo que sí tuvo tiempo fue para “tunear” las fotos a su gusto. Sí, sí, las modelos eran muy guapas pero ella les dio un toque indio y les dibujó con un rotulador el bondi entre las cejas.

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Hace unos días que veo a todas horas a Meenu sentada en la ventana de las escaleras desde la que, en el rellano de cada piso, puede verse la obra de delante. Yo siempre le pregunto que qué hace ahí y que tenga cuidado de no caerse. Os garantizo que las vistas no son bonitas. Si no existiese el centro comercial que están construyendo tampoco lo serían puesto que esa parte del edificio dar a un cruce de caminos de dos de las calles más transitadas de Bhuban-is-War. Cuando llevo un rato hablando con ella e intentando descifrar qué hace ahí, desisto, le pregunto si ha cenado y me voy para casa. Hasta ayer que sucedió algo que me dio la pista de cómo acabar esta entrada donde os quería presentar a Meenu, la que siempre está en la calle descalza justo delante del Bloque A. Justamente ayer, cuando me dirigía al gimnasio y me la encontré mirando por la ventana mientras yo bajaba por las escaleras, de la emoción cuando me vio se le cayó una foto de carnet. Le pregunté si era su hermano, su familia y se puso nerviosa y me dijo: Boyfriend! Resulta que su noviete trabaja en la construcción del centro comercial de delante. No sé cuánto duerme. Debe ser poco porque da igual a la hora que rondes por el edificio ella siempre está por ahí rondando y mirando la obra, que es donde, no solo trabajan, sino que también viven los hombres, las mujeres y los niños que construyen el edificio.

Y es que a veces, muchas veces durante el día, no es fácil ni divertido vivir aquí. Por muy encantadora Meenu y por fuertes que sean los abrazos que me da cada vez que me ve.

Lugares y gentes desde India